miércoles, junio 15, 2005

“Son las 6 de la madrugada. El despertador no para de sonar y no tengo fuerzas ni para tirarlo contra la pared. Estoy acabada. No querría tener que ir al trabajo hoy. Quiero quedarme en casa, cocinando, escuchando música, cantando, etc. Si tuviera un perro, lo pasearía por los alrededores. Todo menos salir de la cama, meter primera y poner el cerebro a funcionar. Me gustaría saber quién fue la bruja, la matriz de las feministas que tuvo la infeliz idea de reivindicar los derechos de la mujer y por qué hizo eso con nosotras que nacimos después de ella. Estaba todo tan bien en el tiempo de nuestras abuelas. Ellas pasaban todo el día bordando, intercambiando recetas con sus amigas, enseñándose mutuamente secretos de condimentos, trucos, remedios caseros, leyendo buenos libros de las bibliotecas de sus maridos, decorando la casa, podando árboles, plantando flores, recogiendo legumbres de las huertas y educando a sus hijos. La vida era un gran curso de artesanos, medicina alternativa y cocina. Hasta que vino una fulanita cualquiera a la que no le gustaba el corpiño y contaminó a otras inconsecuentes rebeldes con ideas raras sobre ‘Vamos a conquistar nuestro espacio’. ¡Qué espacio ni qué nada! Ya teníamos la casa entera, todo el barrio, el mundo a nuestros pies. Teníamos el dominio completo sobre los hombres. Ellos dependían de nosotras para comer, vestirse y para hacerse ver delante de sus amigos. Nuestros consejos eran palabra santa. ¿Qué rayos de derechos quiso brindarnos esa mensa? Ahora ellos están confundidos, no saben qué papel desempeñan en la sociedad, huyen de nosotras como el diablo de la cruz. Ese chiste, esa gracia, acabó llenándonos de deberes. Y lo peor de todo, acabó lanzándonos dentro del calabozo de la soltería aguda. Antiguamente, los casamientos duraban para siempre. ¿Por qué, díganme por qué, un sexo que tenía todo lo mejor, que sólo necesitaba ser frágil y dejarse guiar por la vida, comenzó a competir con los machos? Miren el tamaño del bíceps de ellos y miren el tamaño del nuestro. Estaba cantado, eso no iba a terminar bien. No aguanto más ser obligada al ritual diario de estar flaca como una escoba pero con tetas y cola paradas, para lo cual tengo que matarme en el gimnasio además de morir de hambre, pasarme hidratantes, antiarrugas, padecer complejo de radiador viejo tomando agua a toda hora. Aparte, para no caer vencida por la vejez, ahora debo maquillarme impecablemente cada mañana desde la frente hasta el escote, tener el pelo impecable y no atrasarme con la tintura de las canas (que son peor que la lepra), elegir bien la ropa, los zapatos y los accesorios, no sea que no esté presentable para esa reunión de trabajo. No soporto más tener que decidir qué perfume combina con mi humor, ni tener que salir corriendo para quedarme embotellada en el tránsito y tener que resolver la mitad de las cosas por el celular, correr el riesgo de ser asaltada, de morir embestida, instalarme todo el día frente a la PC laborando como una esclava (moderna, claro), con un teléfono en el oído y resolviendo problemas uno detrás de otro, para salir con los ojos rojos (por el monitor, claro, para llorar de amor no hay tiempo). Estamos pagando el precio por estar siempre en forma, sin estrías, depiladas, sonrientes, perfumadas, uñas perfectas, sin medias corridas, etcétera, etcétera. Nos volvimos ‘súper mujeres’, pero seguimos ganando menos que ellos. ¿No era mejor, mucho mejor seguir tejiendo en la silla mecedora? ¡¡¡Basta!!! Quiero que alguien me abra la puerta para que pueda pasar, que corra la silla cuando me voy a sentar, que me mande flores, cartitas con poesías, que me dé serenatas en la ventana. Si nosotras ya sabíamos que teníamos un cerebro y que lo podíamos usar, ¿para quééééé había que demostrárselo a ellos? Ay, Dios mío, son las 6:30 y ya de veras tengo que levantarme. ¡Qué fría está esta solitaria y grandísima cama! Ahhh, quiero otra vez que mi maridito llegue del trabajo, que se siente en el sofá y diga: ‘Mi amor, ¿no me traerías un whisky por favor?’ o ‘¿Qué hay de cenar?’ Porque descubrí que es mucho mejor servirle una cena casera que atragantarme con un sandwich y una gaseosa mientras termino el trabajo que me traje a casa. ¿Creen que estoy ironizando? No, mis queridas colegas, inteligentes, realizadas, liberadas… y abandonadas. Estoy hablando muy seriamente. Estoy abdicando a mi puesto de mujer moderna. ¿Alguien más se suma?”

¡Auch! Viendolo asi pues como que no esta tan tan mal pero pues a lo echo pecho asi que a darle a la vida moderna. Yo por lo menos tengo a mi Chaparra que pues por lo menos me quedan 18 años pa' echar delante. Lo que si no adbicare jamas sera a ser mama en la epoca, siglo o post-modernismo. Me llena plenamente ser mama de mi pequeña diablita. Aunque termine agotada y tenga que poner un email en lugar de post.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Por querer ganar una competencia ridícula e improductiva, terminamos siendo unos exitosos profesionistas solitarios.
Y lo verdaderamente irónico es que, siendo honestos, tanto machos como hembras deseamos jugar dos roles muy específicos y cada vez más irrealizables: el que ama y el que es amado.

~NK~ dijo...

SNIF, SNIF, SNIF!! YA NI ME DIGAS QUE TAMBIÉN HABIA PENSADO LO MISMO QUE TÚ AMIGA... PERO EN UNA FORMA MAS GROSERA Y MANCHADA, YA ME CONOCES!!

TE MANDO MUCHOS BESOTES Y ABRAZOS, Y TE RECOMIENDO UNAS BUENAS VITAMINAS Y UN TECITO DE TILA, POR QUE SE TE NOTA, BASTANTE ALTERADA...

SALU2 NIÑOTA!!

Anónimo dijo...

Ya tiene mucho que no escribes... Saludos a tu beba.